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21 lecciones para el siglo XXI – Yuval Noah Harari

21 lecciones para el siglo XXI

Forjadores, tras haber resumido sus 2 libros anteriores, Sapiens y Homo Deus, hoy cerramos la trilogía del autor Yuval Noah Harari con las frases que más me han gustado de su último libro «21 lecciones para el siglo XXI«

Con una letra más grande y en negrita pondré el capítulo del libro en la que está esa frase, para que esté todo ordenado.

Introducción.

En un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder.

Si el futuro de la humanidad se decide en nuestra ausencia, porque estamos demasiado ocupados dando de comer y vistiendo a nuestros hijos, ni ellos ni nosotros nos libraremos de las consecuencias.

Los algoritmos de macrodatos pueden crear dictaduras digitales en las que todo el poder esté concentrado en las manos de una élite minúscula al tiempo que la mayor parte de la gente padezca no ya explotación, sino algo muchísimo peor: irrelevancia.

Los filósofos son personas muy pacientes, pero los ingenieros no lo son en la misma medida, y los inversores lo son aún menos.

1. Decepción. El final de la historia se ha pospuesto.

Los humanos pensamos más en relatos que en hechos, números o ecuaciones, y cuanto más sencillo es el relato, mejor.

En 1938 a los humanos se les ofrecían tres relatos globales entre los que elegir (fascismo, comunismo y capitalismo), en 1968 solo dos (comunismo y capitalismo) y en 1998 parecía que se imponía un único relato (capitalismo); en 2018 hemos bajado a cero.

En el pasado, los humanos aprendimos a controlar el mundo exterior a nosotros, pero teníamos muy poco control sobre nuestro mundo interior. Sabíamos cómo construir una presa y detener la corriente de un río, pero no cómo conseguir que el cuerpo dejara de envejecer. Sabíamos diseñar un sistema de irrigación, pero no teníamos ni idea de cómo diseñar un cerebro. Si los mosquitos nos zumbaban en los oídos y perturbaban nuestro sueño, sabíamos cómo matarlos; pero si un pensamiento zumbaba en nuestra mente y nos mantenía despiertos de noche, la mayoría no sabíamos cómo acabar con él. Las revoluciones en la biotecnología y la infotecnología nos proporcionarán el control de nuestro mundo interior y nos permitirán proyectar y producir vida. Aprenderemos a diseñar cerebros, a alargar la vida y a acabar con pensamientos a nuestra discreción.
Nadie sabe cuáles serán las consecuencias.

presa de agua
Los humanos siempre han sido mucho más duchos en inventar herramientas que en usarlas sabiamente. Es más fácil  reconducir un río mediante la construcción de una presa que predecir las complejas consecuencias que ello tendrá para el sistema ecológico de la región. De modo parecido, será más fácil redirigir el flujo de nuestra mente que adivinar cómo repercutirá esto en nuestra psicología individual o en nuestros sistemas sociales.

Las personas de a pie quizá no comprendan la inteligencia artificial ni la biotecnología, pero pueden percibir que el futuro no las tiene en cuenta.

En el siglo XX, las masas se rebelaron contra la explotación y trataron de convertir su papel vital en la economía en poder político. Ahora las masas temen la irrelevancia, y quieren usar frenéticamente el poder político que les resta antes de que sea demasiado tarde.

Quizá en el siglo XXI las revueltas populistas se organicen no contra una élite económica que explota a la gente, sino contra una élite económica que ya no la necesita.

Es mucho más difícil luchar contra la irrelevancia que contra la explotación.

La gente puede asestar al sistema un rabioso puñetazo en el estómago, pero, al no tener ningún otro lugar al que ir, acabará por volver a él.

Durante las últimas décadas del siglo XX, cada generación (ya fuera en Houston, Shangai, Estambul o São Paulo) disfrutó de una educación mejor, una atención sanitaria superior y unos ingresos más cuantiosos que la que la precedió. Sin embargo, en las décadas que vienen, debido a una combinación de disrupción tecnológica y colapso ecológico, la generación más joven podrá sentirse afortunada si al menos consigue subsistir.

2. Trabajo. Cuando te hagas mayor, puede que no tengas un empleo.

Después de todo, lo que deberíamos proteger en último término es a los humanos, no los puestos de trabajo.

caballo tirando de un carro
Muchas personas no compartirían el destino de los conductores de carros del siglo XIX, que pasaron a conducir taxis, sino el de los caballos del siglo XIX, a los que se apartó poco a poco del mercado laboral hasta que desaparecieron de él por completo.

Hacia 2050 podría surgir una clase «inútil» debido no simplemente a una falta absoluta de trabajo o a una falta de educación pertinente, sino también a una resistencia mental insuficiente.

Muchos trabajos resultan fastidiosos y aburridos, y no vale la pena conservarlos. Nadie sueña con convertirse en un cajero. En lo que tenemos que centrarnos es en satisfacer las necesidades básicas de la gente y en proteger su nivel social y su autoestima.

Homo sapiens no está hecho para la satisfacción. La felicidad humana depende menos de condiciones objetivas que de nuestras propias expectativas.

Cuando las cosas mejoran, las expectativas aumentan, y en consecuencia incluso mejoras espectaculares en las condiciones pueden dejarnos tan insatisfechos como antes.

Si conseguimos combinar una red de seguridad económica universal con comunidades fuertes y la búsqueda de una vida plena, perder nuestros puestos de trabajo frente a los algoritmos podría ser en verdad una bendición.

3. Libertad. Los macrodatos están observándote.

Los referéndums y las elecciones tienen siempre que ver con los sentimientos humanos, no con la racionalidad humana.

Cuando la revolución de la biotecnología se fusione con la revolución de la infotecnología, producirá algoritmos de macrodatos que supervisarán y comprenderán mis sentimientos mucho mejor que yo, y entonces la autoridad pasará probablemente de los humanos a los ordenadores.

La gente pide a Google que la guíe cuando conduce. Cuando llega a una intersección, su instinto puede decirle: «Gira a la izquierda», pero Google Maps le dice: «Gire a la derecha». Al principio hacen caso a su instinto, giran a la izquierda, quedan atascados en un embotellamiento de tráfico y no llegan a tiempo a una reunión importante. La próxima vez harán caso a Google, girarán a la derecha y llegarán a tiempo. Aprenden por experiencia a confiar en Google. Al cabo de uno o dos años, se basan a ciegas en lo que les dice Google Maps, y si el teléfono inteligente falla, se encuentran completamente perdidos

En la actualidad nos fiamos de Netflix para que nos recomiende películas y de Google Maps para elegir si giramos a la derecha o a la izquierda. Pero una vez que empecemos a contar con la IA para decidir qué estudiar, dónde trabajar y con quién casarnos, la vida humana dejará de ser un drama de toma de decisiones.

Para ocupar el lugar de los conductores humanos, los algoritmos no tienen que ser perfectos. Solo mejor que los humanos. Dado que los conductores humanos matan al año a más de un millón de personas, no es pedir demasiado.

Hemos visto demasiadas películas de ciencia ficción sobre robots que se rebelan contra sus amos humanos, que corren descontrolados por las calles matando a todo el mundo. Pero el problema real con los robots es justo el contrario. Debemos temerlos porque probablemente obedecerán siempre a sus amos y nunca se rebelarán.

El problema real de los robots no es su propia inteligencia artificial, sino más bien la estupidez y crueldad naturales de sus amos humanos.

En su forma actual, la democracia no sobrevivirá a la fusión de la biotecnología y la infotecnología. O bien se reinventa a sí misma con éxito y de una forma radicalmente nueva, o bien los humanos acabarán viviendo en «dictaduras digitales». Esto no implicará un retorno a la época de Hitler y Stalin. Las dictaduras digitales serán tan diferentes de la Alemania nazi como la Alemania nazi lo era de la Francia del ancien régime.

La inteligencia es la capacidad de resolver problemas. La conciencia es la capacidad de sentir dolor, alegría, amor e ira.

Estamos investigando y desarrollando capacidades humanas sobre todo según las necesidades inmediatas del sistema económico y político, y no según nuestras propias necesidades a largo plazo como seres conscientes.

Hemos criado vacas dóciles que producen cantidades enormes de leche, pero que en otros aspectos son muy inferiores a sus antepasados salvajes. Son menos ágiles, menos curiosas y menos habilidosas. Ahora estamos creando humanos mansos que generan cantidades enormes de datos y funcionan como chips muy eficientes en un enorme mecanismo de procesamiento de datos, pero estos datos-vacas en absoluto maximizan el potencial humano.

Si no somos prudentes, terminaremos con humanos degradados que usarán mal ordenadores mejorados y que provocarán el caos en sí mismos y en el mundo.

En el futuro, toda la riqueza y todo el poder podrían estar concentrados en manos de una élite minúscula, mientras que la mayoría de la gente sufriría no la explotación, sino algo mucho peor: la irrelevancia.

4. Igualdad. Quienes poseen los datos poseen el futuro.

Aunque la globalización e internet salvan la distancia entre países, amenazan con agrandar la brecha entre clases, y cuando parece que la humanidad está a punto de conseguir la unificación global, la propia especie podría dividirse en diferentes castas biológicas.

Algunos grupos monopolizan de forma creciente los frutos de la globalización, al tiempo que miles de millones de personas se quedan atrás. Ya hoy en día, el 1 por ciento más rico posee la mitad de las riquezas del mundo. Y lo que es aún más alarmante: las 100 personas más ricas poseen más en su conjunto que los 4.000 millones de personas más pobres.

Las mejoras en biotecnología tal vez posibiliten que la desigualdad económica se traduzca en desigualdad biológica

Hacia 2100 los ricos podrían estar realmente más dotados, ser más creativos y más inteligentes que la gente que habita en los suburbios.

Es muy peligroso no ser necesario. Así pues, el futuro de las masas dependerá de la buena voluntad de una pequeña élite. Quizá haya buena voluntad durante unas cuantas décadas. Pero en una época de crisis (como una catástrofe climática) resultará muy tentador y fácil echar por la borda a la gente no necesaria

La globalización unirá al mundo horizontalmente al borrar las fronteras nacionales, pero de manera simultánea dividirá a la humanidad verticalmente.

En el siglo XX, la civilización industrial dependía de los «bárbaros» para el trabajo barato, las materias primeras y los mercados. Por tanto, los conquistó y absorbió. Pero en el siglo XXI, una civilización postindustrial que se base en la IA, la bioingeniería y la nanotecnología podría ser mucho más independiente y autosuficiente. No solo clases enteras, sino países y continentes enteros podrían resultar irrelevantes. Fortificaciones custodiadas por drones y robots podrían separar la zona autoproclamada civilizada, en la que los cíborgs lucharan entre sí con bombas lógicas, de las tierras bárbaras en que los humanos asilvestrados lucharan entre sí con machetes y kaláshnikovs.

Quizá uno de «nuestros» mayores problemas sea que diferentes grupos humanos tengan futuros completamente distintos. Quizá en algunas partes del mundo se deba enseñar a los niños a diseñar programas informáticos, mientras que en otros sea mejor enseñarles a desenfundar deprisa y a disparar de inmediato.

A largo plazo, al unir suficientes datos y suficiente poder de cómputo, los gigantes de los datos podrían acceder a los secretos más profundos de la vida, y después usar tal conocimiento no solo para elegir por nosotros o manipularnos, sino también para remodelar la vida orgánica y crear formas de vida inorgánicas

En la actualidad, a la gente le encanta revelar su bien más preciado (sus datos personales) a cambio de servicios gratuitos de correo electrónico y de divertidos vídeos de gatos. Es un poco como las tribus africanas y americanas nativas que sin darse cuenta vendieron países enteros a los imperialistas europeos a cambio de cuentas de colores y abalorios baratos.

5. Comunidad. Los humanos tenemos cuerpo.

La gente lleva vidas cada vez más solitarias en un planeta cada vez más conectado.

Durante el último siglo, la tecnología ha estado distanciándonos de nuestro cuerpo. Hemos ido perdiendo nuestra capacidad de prestar atención a lo que olemos y saboreamos. En lugar de ello, nos absorben nuestros teléfonos inteligentes y ordenadores. Estamos más interesados en lo que ocurre en el ciberespacio que en lo que está pasando en la calle. Es más fácil que nunca hablar con mi primo en Suiza, pero más difícil hablar con mi marido durante el desayuno, porque está todo el rato pendiente de su teléfono inteligente en lugar de estarlo de mí.

Si sucede algo emocionante, el instinto visceral de los usuarios de Facebook es sacar sus teléfonos inteligentes, hacer una foto, publicarla en línea y esperar los «Me gusta». En el proceso, apenas se dan cuenta de lo que han sentido ellos. De hecho, lo que sienten está determinado cada vez más por las reacciones en línea.

Los humanos han vivido millones de años sin religiones ni naciones; es probable que también puedan vivir felices sin ellas en el siglo XXI. Pero no pueden vivir felices si están desconectados de su cuerpo. Si uno no se siente cómodo en su cuerpo, nunca se sentirá cómodo en el mundo.

6. Civilización. Solo existe una civilización en el mundo.

En la actualidad, casi todo el mundo cree, con variaciones un poco distintas, en el mismo tema capitalista, y todos somos piezas de una única línea de producción global. Ya vivamos en el Congo o en Mongolia, en Nueva Zelanda o en Bolivia, nuestras rutinas cotidianas y nuestras riquezas económicas dependen de las mismas teorías económicas, las mismas compañías y bancos y los mismos flujos de capital.

Cuando Estado Islámico conquistó gran parte de Siria e Irak, asesinó a decenas de miles de personas, demolió yacimientos arqueológicos, derribó estatuas y destruyó de manera sistemática los símbolos de los regímenes previos y de la influencia cultural occidental. Pero cuando los combatientes de Estado Islámico entraron en los bancos locales y encontraron allí montones de dólares estadounidenses con las caras de presidentes estadounidenses y con lemas en inglés que ensalzaban los ideales políticos y religiosos americanos, no quemaron estos símbolos del imperialismo estadounidense.

La gente tiene todavía diferentes religiones e identidades nacionales. Pero cuando se trata de asuntos prácticos (cómo construir un estado, una economía, un hospital o una bomba), casi todos pertenecemos a la misma civilización.

Cualesquiera que sean los cambios que nos aguardan en el futuro, es probable que impliquen una lucha fraterna en el seno de una única civilización en lugar de una confrontación entre civilizaciones extrañas. Los grandes desafíos del siglo XXI serán de naturaleza global.

7. Nacionalismo. Los problemas globales necesitan respuestas globales.

Es un error peligroso imaginar que sin nacionalismo todos viviríamos en un paraíso liberal. Es más probable que viviéramos en un caos tribal.

En 2016, a pesar de las guerras en Siria, Ucrania y varios otros puntos calientes, morían menos personas debido a la violencia humana que a la obesidad, los accidentes de tráfico o el suicidio.

Durante miles de años, Homo sapiens se ha comportado como un asesino ecológico en serie; ahora está transformándose en un asesino ecológico en masa.

Hay que agradecer al motor de combustión interna muchos de los avances de los últimos 150 años, pero si hemos de mantener un ambiente físico y económico estable habrá que retirarlo ya y sustituirlo por nuevas tecnologías que no quemen combustibles fósiles.

Si la humanidad no consigue concebir e impartir globalmente reglas éticas generales y aceptadas, se abrirá la veda del doctor Frankenstein.

Dentro de un siglo o dos, la combinación de la biotecnología y la IA podría resultar en características corporales, físicas y mentales que se liberen por completo del molde homínido.

Con el fin de tomar decisiones sensatas sobre el futuro de la vida necesitamos ir mucho más allá del punto de vista nacionalista y considerar las cosas desde una perspectiva global o incluso cósmica.

A medida que la crisis ecológica se intensifique, probablemente el desarrollo de tecnologías de elevado riesgo y de elevados beneficios no hará más que acelerarse.

Un enemigo común es el mejor catalizador para forjar una identidad común, y ahora la humanidad tiene al menos tres de esos enemigos: la guerra nuclear, el cambio climático y la disrupción tecnológica. Si a pesar de estas amenazas comunes los humanos deciden anteponer sus lealtades nacionales particulares a lo demás, las consecuencias pueden ser mucho peores que en 1914 y 1939.

Una persona puede y debe ser leal simultáneamente a su familia, sus vecinos, su profesión y su nación, ¿por qué no añadir a la humanidad y el planeta Tierra a dicha lista?

Ahora tenemos una ecología global, una economía global y una ciencia global, pero todavía estamos empantanados en políticas solo nacionales.

Para que la política sea efectiva hemos de hacer una de dos cosas: desglobalizar la ecología, la economía y la ciencia, o globalizar nuestra política. Ya que es imposible desglobalizar la ecología y el progreso de la ciencia, y ya que el coste de desglobalizar la economía seguramente sería prohibitivo, la única solución real es globalizar la política.

8. Religión. Dios sirve ahora a la nación.

Un sacerdote no es alguien que sabe cómo bailar la danza de la lluvia y acabar con la sequía. Un sacerdote es alguien que sabe cómo justificar por qué la danza de la lluvia no funcionó y por qué hemos de seguir creyendo en nuestro dios, aunque parezca sordo a nuestras plegarias.

El poder humano depende de la cooperación de las masas, la cooperación de las masas depende de fabricar identidades de las masas, y todas las identidades de las masas se basan en relatos de ficción, no en hechos científicos, ni siquiera en necesidades económicas.

En el siglo XXI las religiones no atraen la lluvia, no curan enfermedades, no fabrican bombas, pero sí determinan quiénes somos «nosotros» y quiénes son «ellos», a quién debemos curar y a quién bombardear.

9. Inmigración. Algunas culturas podrían ser mejores que otras.

Decir que las personas negras suelen cometer crímenes porque tienen genes de calidad inferior no esta de moda; decir que suelen cometer crímenes porque provienen de culturas disfuncionales está muy de moda.

10. Terrorismo. No nos asustemos.

El terrorismo es el arma de un segmento marginal y débil de la humanidad.

Los terroristas son maestros en el control de las mentes. Matan a muy pocas personas, pero aun así consiguen aterrorizar a miles de millones y sacudir enormes estructuras políticas como la Unión Europea o Estados Unidos. Desde el 11 de septiembre de 2001, los terroristas han matado anualmente a unas 50 personas en la Unión Europea y a unas 10 en Estados Unidos, a unas 7 en China y a hasta 25.000 en todo el mundo (la mayoría en Irak, Afganistán, Pakistán Nigeria y Siria). En comparación, los accidentes de tráfico matan anualmente a unos 80.000 europeos, a 40.000 norteamericanos, a 270.000 chinos y a 1,25 millones de personas en todo el mundo. La diabetes y los niveles elevados de azúcar matan al año a hasta 3,5 millones de personas, mientras que la contaminación atmosférica, a alrededor de 7 millones. Así, ¿por qué tememos más al terrorismo que al azúcar, y por qué hay gobiernos que pierden elecciones debido a esporádicos ataques terroristas, pero no debido a la contaminación atmosférica crónica?

Los terroristas se parecen a una mosca que intenta destruir una cristalería. La mosca es tan débil que ni siquiera es capaz de mover una simple taza de té. Así pues, ¿cómo destruye una cristalería? Encuentra un toro, se introduce en su oreja y empieza a zumbar. El toro enloquece de miedo e ira, y destruye la cristalería.

Si queremos combatir de manera efectiva el terrorismo, hemos de ser conscientes de que nada que los terroristas hagan podrá derrotarnos. Somos los únicos que podemos derrotarnos, si reaccionamos de manera excesiva y equivocada a las provocaciones terroristas.

Un terrorista es como un jugador con una mano especialmente mala que intenta convencer a sus rivales para que vuelvan a repartir las cartas. No puede perder nada y sí ganarlo todo.

Los terroristas matan a 100 personas y hacen que 100 millones imaginen que hay un asesino acechando detrás de cada árbol.

11. Guerra. Jamás subestimemos la estupidez humana.

Mientras que en las primeras sociedades agrícolas la violencia de los humanos causaba hasta el 15 % de todas las muertes humanas, y en el siglo XX causó el 5 %, en la actualidad es responsable de solo el 1 %.

Hoy en día, los principales activos económicos consisten en el conocimiento técnico e institucional más que en los trigales, las minas de oro o incluso los campos petrolíferos, y el conocimiento no se conquista mediante la guerra.

La estupidez humana es una de las fuerzas más importantes de la historia, pero a veces tendemos a pasarla por alto.

14. Laicismo. Acepta tu sombra.

Se requiere mucha valentía para luchar contra los prejuicios y los regímenes opresivos, pero todavía se necesita más para admitir que no sabemos y aventurarnos en lo desconocido.

A la hora de tomar las decisiones más importantes en la historia de la vida, yo personalmente confiaría más en quienes admitan su ignorancia que en los que proclamen su infalibilidad. Si alguien quiere que su religión, su ideología o su visión de la vida guíen el mundo, la primera pregunta que le haría sería: «¿Cuál es el mayor error que tu religión, tu ideología o tu visión de la vida ha cometido? ¿En qué se equivocaron?». Si no es capaz de contestarme algo serio, yo, al menos, no confiaría en él.

15. Ignorancia. Sabes menos de lo que crees.

De forma individual, los humanos saben vergonzosamente poco acerca del mundo, y a medida que la historia avanza, cada vez saben menos.
Creemos que en la actualidad sabemos muchísimo más, pero como individuos en realidad sabemos muchísimo menos.

La gente rara vez se es consciente de su ignorancia, porque se encierran en una sala insonorizada de amigos que albergan ideas parecidas y de noticias que se confirman a sí mismas, donde sus creencias se ven reforzadas sin cesar y en pocas ocasiones se cuestionan.

16. Justicia. Nuestro sentido de la justicia podría estar anticuado.

Los mayores crímenes de la historia moderna fueron el resultado no solo del odio y la codicia, sino mucho más de la ignorancia y la indiferencia. Encantadoras damas inglesas financiaron el tráfico de esclavos en el Atlántico al comprar acciones y bonos en la Bolsa de Londres, sin haber puesto nunca un pie ni en África ni en el Caribe. Después endulzaban su té de las cuatro con blancos terrones de azúcar producidos en plantaciones infernales, de las que ellas nada sabían.

La amarga verdad es que el planeta se ha vuelto demasiado complicado para nuestro cerebro de cazadores-recolectores.

17. Posverdad. Algunas noticias falsas duran para siempre.

Carecemos de toda prueba empírica de que Eva fuera tentada por la Serpiente, de que las almas de los infieles ardan en el infierno después de morir o de que al creador del universo no le guste que un brahmán se case con una intocable; pero millones de personas han creído en estos relatos durante miles de años. Algunas noticias falsas duran para siempre.
Cuando mil personas creen durante un mes algún cuento inventado, esto es una noticia falsa. Cuando mil millones de personas lo creen durante mil años, es una religión, y se nos advierte que no lo llamemos «noticia falsa» para no herir los sentimientos de los fieles (o provocar su ira).

La creación de marcas y de su valor suele implicar contar una y otra vez el mismo relato ficticio hasta que la gente se convence de que es la verdad. ¿Qué imágenes le vienen a la mente al lector cuando piensa en Coca-Cola? ¿Las de jóvenes sanos que se dedican al deporte y que se lo pasan bien juntos? ¿O las de pacientes con diabetes y sobrepeso tumbados en la cama de un hospital? Beber mucha Coca-Cola no nos hará jóvenes, no nos hará sanos y no nos hará atléticos; más bien, aumenta las probabilidades de padecer obesidad y diabetes. Pero durante décadas, Coca-Cola ha invertido miles de millones de dólares para que se la asociara a la juventud, a la salud y a los deportes…, y miles de millones de humanos creen de manera inconsciente en dicha relación.

Las naciones y las religiones son clubes de fútbol que han tomado esteroides.

Si queremos poder, en algún momento tendremos que difundir ficciones. Si queremos saber la verdad sobre el mundo, en algún punto tendremos que renunciar al poder.

Como especie, los humanos prefieren el poder a la verdad. Invertimos mucho más tiempo y esfuerzo en intentar controlar el mundo que en intentar entenderlo, e incluso cuando tratamos de entenderlo, por lo general lo hacemos con la esperanza de que comprenderlo hará más fácil controlarlo.

El sufrimiento humano suele generarse por creer en la ficción, pero el propio sufrimiento sigue siendo real.

Si el lector quiere información fidedigna, pague un buen dinero por ella. Si el lector consigue las noticias gratis, podría muy bien ser él el producto. Suponga que un multimillonario sospechoso le ofreciera el siguiente acuerdo: «Te pagaré 30 dólares al mes y a cambio me permitirás que te lave el cerebro una hora al día, y que instale en tu mente todos los prejuicios políticos y comerciales que quiera». ¿Aceptaría el lector el trato? Pocas personas en su sano juicio lo harían. De modo que el multimillonario sospechoso ofrece un acuerdo algo distinto: «Me permitirás que te lave el cerebro durante una hora al día, y a cambio no te cobraré nada por ese servicio». Ahora, de repente, el trato les parece tentador a cientos de millones de personas. No siga el lector su ejemplo.

El silencio no es neutralidad: es apoyar el statu quo.

18. Ciencia ficción. El futuro no es lo que vemos en las películas.

Siempre que el lector vea una película sobre una IA en la que la IA es una mujer y el científico es un hombre, probablemente se trate de un filme sobre feminismo y no sobre cibernética.

A la gente la asusta estar atrapada dentro de una caja, pero no se da cuenta de que ya está encerrada en el interior de una caja (su cerebro), que a su vez está encerrado dentro de una caja mayor: la sociedad humana con su infinidad de ficciones.

Lo cierto es que los humanos consiguieron el control del mundo no tanto por inventar cuchillos y matar mamuts como por manipular mentes humanas.

19. Educación. El cambio es la única constante.

Los humanos nunca pudieron predecir el futuro con exactitud. Pero hoy es más difícil de lo que ha sido jamás, porque una vez que la tecnología nos permita modificar cuerpos, cerebros y mentes, ya no podremos estar seguros de nada, ni siquiera de aquello que parecía fijo y eterno.

Para estar a la altura del mundo de 2050, necesitaremos no solo inventar nuevas ideas y productos: sobre todo necesitaremos reinventarnos una y otra vez.

Si alguien nos describe el mundo de mediados del siglo XXI y parece ciencia ficción, probablemente sea falso. Pero si entonces alguien nos describe el mundo de mediados del siglo XXI y no parece ciencia ficción, entonces es falso con toda seguridad.

En el siglo XXI apenas podemos permitirnos la estabilidad. Si intentamos aferrarnos a alguna identidad, trabajo o visión del mundo estables, nos arriesgamos a quedar rezagados mientras el mundo pasa zumbando por nuestro lado.

escuela con niños
El mejor consejo que puedo dar a un chico o a una chica de 15 años atascados en una escuela anticuada en algún lugar de México, la India o Alabama es: no confíes demasiado en los adultos.

En el pasado, seguir a los adultos era una apuesta segura, porque conocían el mundo muy bien y el mundo cambiaba muy despacio. Pero el siglo XXI va a ser diferente. Debido a la velocidad creciente del cambio, nunca puedes estar seguro de si lo que te dicen los adultos es sabiduría intemporal o prejuicio anticuado.

La tecnología no es mala. Si sabes lo que quieres hacer en la vida, tal vez te ayude a obtenerlo. Pero si no lo sabes, a la tecnología le será facilísimo moldear tus objetivos por ti y tomar el control de tu vida. Sobre todo porque la tecnología es cada vez más sofisticada a la hora de entender a los humanos, por lo que puedes verte sirviéndola cada vez más, en lugar de que ella te sirva. ¿Has visto a esos zombis que vagan por las calles con la cara pegada a sus teléfonos inteligentes? ¿Crees que controlan la tecnología, o que esta los controla a ellos?

Durante miles de años, filósofos y profetas han animado a la gente a que se conociera a sí misma. Pero este consejo nunca fue más urgente que en el siglo XXI, porque, a diferencia de lo que ocurría en la época de Lao-Tse o de Sócrates, ahora tienes una competencia seria. Coca-Cola, Amazon, Baidu y el gobierno se apresuran a piratearte, a hackearte. No a hackear tu teléfono inteligente, ni tu ordenador ni tu cuenta bancaria: están inmersos en una carrera para hackearte a ti y a tu sistema operativo orgánico. Quizá hayas oído que vivimos en la época de hackear ordenadores, pero eso apenas es una parte de la verdad. En realidad, vivimos en la época de hackear a humanos.

20. Significado. La vida no es un relato.

En casi todos los casos, cuando la gente pregunta por el sentido de la vida, espera que se le cuente un relato.

Al igual que las estrellas de cine, a los humanos les gustan solo los guiones que les reservan un papel importante.

Cuando creemos un relato concreto, nos resulta interesantísimo conocer sus detalles más nimios, al tiempo que permanecemos ciegos a todo lo que queda fuera de su ámbito.

La gente que duda de que algún tipo de alma o espíritu sobreviva en realidad a su muerte se esfuerza por dejar atrás algo un poco más tangible. Ese «algo tangible» puede tomar una de dos formas: cultural o biológica.

Si no logramos dejar nada tangible atrás, como un gen o un poema, ¿no será suficiente con que hagamos que el mundo sea un poco mejor? Podemos ayudar a alguien, y ese alguien ayudará a continuación a alguna otra persona, y así contribuiremos a la mejora general del mundo y seremos un pequeño eslabón en la gran cadena de la bondad.

A un anciano sabio se le preguntó qué había aprendido acerca del sentido de la vida. «Bueno -contestó-, he aprendido que estoy aquí, en la Tierra, para ayudar a otras personas. Lo que todavía no he entendido es por qué hay aquí otras personas.»

Para cuando nuestro intelecto madura, hemos proyectado tanto en el relato que es mucho más probable que usemos nuestro intelecto para racionalizarlo que para dudar de él. La mayoría de la gente que se dedica a la búsqueda de identidad es como los niños que van a la caza de tesoros: solo encuentra lo que sus padres han ocultado previamente para ella.

La mayoría de los relatos se mantienen cohesionados por el peso de su techo más que por la solidez de sus cimientos.

Si queremos conocer la verdad última de la vida, ritos y rituales son un obstáculo enorme. Pero si estamos interesados (como Confucio) en la estabilidad y la armonía sociales, la verdad suele ser una carga, mientras que ritos y rituales figuran entre nuestros mejores aliados.

A la mayoría de la gente no le gusta admitir que es tonta. En consecuencia, cuanto más se sacrifica por una determinada creencia, más se fortalece su fe.

Si por «libre albedrío» entendemos la libertad para hacer lo que deseamos, entonces sí, los humanos tenemos libre albedrío. Pero si por «libre albedrío» entendemos la libertad para escoger qué desear…, entonces no, los humanos no tenemos libre albedrío.

De la misma forma que el gobierno construye un mito nacional con banderas, iconos y desfiles, mi máquina de propaganda interna construye un mito personal con recuerdos estimados y traumas apreciados que suelen guardar muy poco parecido con la verdad.

La gente pregunta: «¿Quién soy?», y espera que se le cuente un relato. Lo primero que hemos de saber de nosotros es que no somos un relato.

Cuando nos enfrentemos a algún gran relato y deseemos saber si es real o imaginario, una de las preguntas clave que habrá que plantear es si el héroe central de la narración puede sufrir.

21. Meditación. Simplemente, observemos.

Los antropólogos y zoólogos pasaron años en islas remotas, expuestos a una plétora de males y peligros. Los astronautas dedican muchos años a difíciles regímenes de adiestramiento como preparación para sus arriesgadas excursiones al espacio exterior. Si estamos dispuestos a hacer tales esfuerzos para entender culturas extrañas, especies desconocidas y planetas lejanos, valdría la pena trabajar con el mismo empeño a fin de comprender nuestra propia mente. Y es mejor que comprendamos nuestra mente antes de que los algoritmos lo hagan por nosotros.


Espero que te haya gustado esta recopilación de frases y que alguna te haya hecho reflexionar.

También resumí su primer libro Sapiens y el segundo Homo Deus por si quieres seguir leyendo obras de Yuval.